El tren de la muerte

Lo que estoy por contar fue, por lejos, la peor experiencia que tuve en mí vida. No sé si algún día llegaré a superarla pero necesito contarla, sacarla de mí ser. Soy una de las sobrevivientes del accidente; cuando estoy durmiendo todavía puedo escuchar los gritos de la gente que estaba conmigo y les aseguro que no es nada placentero.

Sucedió hace unos 5 años, rondaba el mes de Julio, pleno invierno. Estaba volviendo de la facultad, en ese momento estudiaba en La Plata y el tren no llegaba hasta la ciudad. Un colectivo nos trasladaba desde Villa Elisa ida y vuelta a la estación. Para cuando llegué a dicha estación, la noche estaba cayendo y los últimos rayos de sol del día desaparecían con rapidez. Estaba sola, ningún conocido cursaba ese día, la estación siempre me pareció terrorífica y a esa hora podría haber sido tranquilamente la escena de una película de terror. Mucha gente pasaba y me empujaba, no fijaban por donde tenían que ir, estaban muy apurados, cansados, con frío. No me podía quejar, yo estaba igual, no veía la hora de llegar a mí casa, comer algo calentito y dormir. Pero no lo hice.

A lo lejos veo las luces del tren acercándose. Me acerqué al anden para poder subir y sentarme, viajar tan cómoda como pudiese. Volví a ser empujada por mucha gente que salía prácticamente corriendo para poder agarrar un lugar en el colectivo a La Plata. Cuando finalmente bajaron todos los pasajeros, subí, elegí un lugar contra la ventanilla. Me gusta mirar los paisajes de los lugares por los que pasa el tren, aunque ese día no iba a ver mucho porque estaban sumidos en la oscuridad. Cinco minutos pasaron y el tren arrancó. Al lado mío se sentó una señora que comenzó a hablarme de su nieto, me contó que le había comprado un libro y me puse muy contenta porque no veía muchos chicos leyendo. También me contó sobre su marido, sobre su familia y sus gatitos. Ésta última parte fue mí favorita porque también pude hacer un aporte sobre los mios. Una lástima que esta señora no haya podido volver a ver a nadie de todas esas personas que tanto amaba.

Entre las estaciones Pereyra y Hudson el tren frenó. No me pareció muy raro porque suelen hacer eso para que pase otro tren. No me preocupé demasiado ni le di mucha importancia. Comencé a desesperarme cuando pasados unos siete minutos el tren no arrancaba y nadie sabía decirnos porqué. Todos los pasajeros intentaron buscar al maquinista pero no lo encontraron donde debería haber estado. Quisieron llamar al número de emergencia pero nadie tenía señal. Estábamos en el medio de la nada, rodeados de puro bosque, en medio de la noche, sin señal ni un maquinista que manejara el tren. La desesperación, la bronca y la incertidumbre se empezó a mover por todo el vagón, y asumo que en los demás vagones también.

De repente, sin previo aviso, se cortó la luz. El susto de todas las personas a bordo del tren se podía sentir, era tal que podías tocarlo en el aire. Me empecé a desesperar, odiaba la oscuridad, odiaba la idea de que el tren se quede varado en medio de la nada y odiaba no poder pedir ayuda. Por lo tanto, no estaba teniendo el mejor momento de mí vida. Nuevamente escucho gritos, mucha gente hablando y pisándose las palabras. No tardé mucho en comprender porqué. El ambiente se volvió frío, el viento soplaba dentro del tren, empecé a tiritar. Las puertas se habían abierto de par en par. Nadie entendía como o quién podría estar jugando de esa manera con nosotros. La desesperación no hizo más que crecer y crecer. Nadie podía hacer nada. No había un andén cerca, no había nadie. Si te acercabas a la puerta todo lo que podías observar era oscuridad, oscuridad total, exceptuando una luz tenue proveniente de la luna.

Luego de alrededor de dos horas, muchos decidieron ser positivos, pensar que el problema se iba a resolver y se sentaron donde pudieron a dormir. Otros, no paraban de darle vueltas al asunto pensando que tenía que haber una razón por la que todo eso había pasado y no paraban de intentar llamar a alguien con sus celulares. Yo, por mí parte, decidí quedarme en mí asiento, intentando que no me de un ataque de nervios, pensando que todo eso se iba a resolver, que seguro solo estaba soñando. Supe que no era un sueño en cuánto comencé a escuchar gritos de nuevo. Intentaba distinguir que querían decir, si era algo bueno o no. Sonaba a una advertencia. Cuando logré entender de que se trataba el bullicio, perdí la poca paciencia y calma que me quedaba. El tren se estaba llenando de bichos. Sí, bichos. Todo tipo de bicho que puedas encontrar en un bosque, entre árboles, tierra, pasto, plantas, estaba ahí dentro del tren. Mi desesperación crecía con cada minuto que pasaba, me largué a llorar, no podía dejar de temblar y rogar que los bichos no se acercaran a mí. No sirvió de nada. Cinco minutos después pude sentir como diferentes bichos caminaban por mis piernas, mis brazos. Comencé a sacudirme pero de nada sirvió, seguía sintiendo ese cosquilleo horrible en todo mi cuerpo.

Todo el tren gritaba, no se podía distinguir que decía cada persona pero sí podías darte cuenta que eran gritos de agonía, de desesperación, dolor y sobretodo miedo. Miedo de no saber si volvían a sus casas, si iban a poder volver a ver a sus familias, sus parejas, sus mascotas. Estábamos sumidos en un miedo constante sin saber que hacer. Tal fue la desesperación de tantas personas que saltaron del tren hacia la oscuridad que nos rodeaba. No iba a hacer lo mismo. No podía. Prefería quedarme ahí pensando en que iba a surgir alguna solución posible. No podía perder las esperanzas o no dudaría un segundo en saltar del tren.

Al cabo de varias horas, los gritos iban disminuyendo. No peleamos más con los bichos que no paraban de entrar. Estoy segura que había cosas que no sabíamos ni sabremos que son. Muchas personas ya no estaban, ya se porque se habían tirado o porque habían muerto a causa de algún bicho o animal que desconocían. Nadie quería dormir, teníamos miedo de que podría pasar mientras no estuviésemos conscientes.

El sol comenzó a salir. A muchos los había vencido el sueño y los rayos que comenzaban a salir los despertaron. Seguíamos sin respuesta. Lo que más nos sorprendió fue que ningún otro tren haya querido pasar. Era como si nos hubiesen mandado por otra ruta totalmente diferente. El sol llegó a su punto más alto y todavía no había respuesta de porque estábamos ahí o que nos había pasado. El hambre, sueño, sed nos estaba venciendo poco a poco. Otro grupo de personas decidió saltar del tren e ir a recorrer la zona para ver que podían descubrir. Nunca volvieron. Las cosas comenzaron a complicarse, la gente se irrataba con mucha facilidad y no había manera de hablar como personas civilizadas. Eran gritos sobre gritos y nadie podía ponerse de acuerdo con nadie. Comencé a caminar por el vagón y encontré a la señora con quien había estado hablando. Estaba tirada en el suelo, con los ojos cerrados, llena de picaduras y pequeños rastros de sangre. Me permití llorar.

Las puertas se cerraron y pegué un salto. Quería creer que habían descubierto lo que pasó y nos estaban rescatando. Otra parte de mí creía que era la continuación de la tortura. Una voz habló por los alto parlantes. No era la que estaba automatizada en el tren. Era la voz de un hombre un tanto asustado, que parecía no saber lo que estaba haciendo. Unos segundos más tarde, anunció: «Buenas tardes. Les informamos que descubrimos lo que pasó con el tren que salió ayer a las 18.48 de Villa Elisa. Nuestra línea fue interrumpida por una banda de delincuentes que buscaban aterrorizar y torturar gente. Ya están bajo arresto y vamos a buscar la manera de que el tren siga con el recorrido para que puedan bajar en sus respectivas ciudades.» Eso significaba que todavía no había una manera de hacer que el tren arranque y que no tenían ni idea de la cantidad de muertos que había arriba de los vagones ni de la gente que desapareció al tirarse del tren en las últimas 24 horas. Dejé el cuerpo de la señora, me paré y me acerqué al alto parlante de donde salía la voz y busqué un micrófono, cuándo lo encontré, interrumpí el discurso del señor sobre mantener la calma: «Hola, disculpame pero es necesario que busquen medidas con más rapidez. Pasamos un infierno en las últimas 24 horas, cientos de personas se tiraron y están perdidas en los bosques y muchas otras se murieron al lado nuestro. No me pidas que mantenga la calma. Arregla el sistema de mierda que tienen y hace que el tren arranque. No necesitamos estar acá un segundo más, ya las pasamos todas como para seguir aguantando este tipo de boludeces.»

Nadie me contestó, en cambio, el tren comenzó a moverse, muy muy despacio pero se movía. Me sentí un poco aliviada y a la vez quería romper en llanto nuevamente. De repente veo que la pantalla de mi celular se ilumina. Creía que se había quedado sin batería pero ahí estaba, cargado y con señal. Desesperada y llorando llamé a mi casa para que supieran que estaba bien y que estaba volviendo. Lloré por todos aquellos que no podían avisar que estaban volviendo, lloré por los que no tenía ni idea a donde habían ido a parar. Lloré, lloré y lloré hasta llegar a Quilmes. Bajé corriendo en busca de mí mamá que me estaba esperando en la estación. Nunca sentí tanto alivio y tristeza a la vez.

Después de ese accidente horrible, no volví a pisar un tren. Nunca la pasé tan mal en mi vida. Nunca tuve un viaje tan horrible y jamás vi tantas atrocidades como en ese tren. Y les aseguro que narrar todo esto todavía duele, puedo escuchar los gritos, puedo sentir la desesperación.